miércoles, 27 de agosto de 2008

El paradigma de Kerbala

El Paradigma de Kerbalá







Tras el asesinato de Alí en una mezquita de Kufa (actual Irak) asume como califa en el año 660, el gobernador de Siria, Moawiya, dando inicio a la dinastía de los Omeyas. La primera resistencia que tuvo fue de parte de un hijo de Alí (segundo Imam), llamado Hasan, quien respaldado por los “seguidores” y de acuerdo a lo que invocaban como última voluntad de Alí, se había proclamado Califa. Ante la dualidad del poder, Moawiya lanzó su ejército contra Hasan, quien finalmente terminó reconociendo al gobierno califal existente. Moawiya desconoció todo lo acordado, y tras su muerte subió al trono califal su hijo Yazid, previo asesinato de Hasan como potencial sucesor. El enfrentamiento entre las dinastía de los Omeyas y los Shiítas estaba planteado. Yazid continuaría con la política hostil de su padre hacia los shiíes. El otro hijo de Alí y tercer Imam, Hoseyn, estaba decidido a no dar su obediencia al califa Yazid, aún sabiendo perfectamente que dentro de los planes del gobernante estaba su asesinato. Y aquí es cuando empieza a tener lugar uno de los acontecimientos más importantes en la historia del Islam.
El enfrentamiento entre Yazid y Hoseyn no tenía vuelta atrás. Veamos como narra esta tragedia Allamah Tabatabai en su libro “El Islam Shiíta”: “Era consciente –Hoseyn- de que su muerte era inevitable frente al imponente ejército de los Omeyas, apoyado como estaba por la corrupción de ciertos sectores, el declinar espiritual y la falta de fuerza de voluntad entre la gente... Alguna gente de La Meca le advirtió del peligroso movimiento que estaba liderando. Pero respondió que se negaba a prestar su fidelidad y dar su aprobación a un gobierno injusto y tirano”. En la ciudad de Kufa, nos dice Tabatabai, los soldados de Yazid habían asesinado al representante de Hoseyn, mientras le esperaban para matarlo. “No tenía ninguna otra posibilidad más que marchar al frente y enfrentar la muerte... En el desierto de Kerbalá, el Imam –Hoseyn- y su entorno fueron rodeados por el ejército de Yazid. Durante ocho días permanecieron en el lugar mientras el círculo se estrechaba y aumentaba el número del ejército enemigo. Finalmente el Imam y su familia, junto a un pequeño número de compañeros fueron encerrados por 30.000 soldados”. Hoseyn seleccionó a sus compañeros, y en breve discurso les dijo que no esperaran otra cosa más que la muerte y el martirio. Además, les pidió que se fueran, pues el enemigo sólo estaba interesado en su persona, liberándolos de toda obligación. Luego de apagadas las luces en la noche, algunos se dispersaron, pero un puñado de sus íntimos ayudantes se quedaron junto a él. Nuevamente les pidió a los que se quedaron que salvaran sus vidas, pues Yazid sólo quería terminar con él. Pero en esta ocasión, el reducido número de personas que lo acompañaban se negaron a retirarse, respondiendo “que no se desviarían ni por un momento del sendero de la verdad, de la cual él era el líder y que nunca lo dejarían solo. Dijeron que defenderían su causa hasta la última gota de sangre y mientras pudieran empuñar una espada”. Al noveno día recibió el ultimatum, “obediencia o guerra”. Luego de hacer sus oraciones, determinó presentar batalla. Al día siguiente, se alineó frente al enemigo con su pequeño grupo de seguidores, menos de 90 personas, quienes “combatieron desde la mañana hasta quedar sin aliento, y el Imam y todos los jóvenes hashimitas y compañeros fueron martirizados”.
La tragedia de Kerbalá es conmemorada hasta el día de hoy como la Ashura. El día de la Ashura rememora anualmente el martirio del tercer Imam y nieto de Mahoma. Y ¿por qué hacemos referencia a este episodio de la historia islámica, nosotros que somos argentinos y mayoritariamente cristianos? Porque hay ejemplos que son universales, carecen de tiempo y lugar, de nacionalidad, credo y raza. Frente a una realidad argentina tan triste y oprobiosa, con una clase dirigente de lo peor que hemos tenido en muchos años, dirigimos nuestros pensamientos hacia gestos heroicos como el protagonizado por el Imam Hoseyn. Habiendo tanta gente que se desdice de lo que afirma, borrando con el codo lo que escribe con la mano, tan faltos de palabra, de conducta, de moral y de tantas virtudes importantísimas para nuestra sociedad, ante tanta mediocridad y bajeza humanas que vemos a diario, de aquellos que son incapaces de sostener una verdad aunque arrecien tormentas persecutorias, no podemos evitar el recordar en estas líneas aquella epopeya de la historia universal. Porque el hombre debe marcarse objetivos nobles y para lograrlos, debe emplear todo su esfuerzo. Debe defender su libertad con su vida. No abandonar la senda de la verdad y cambiarla por la mentira. El hombre debe combatir para preservar los valores humanos y divinos. Porque si no se sacrifica algo en el camino de la justicia, se pierden los valores espirituales y humanos. Si el hombre y la sociedad no pueden tomar partido contra quienes les oprimen, al menos no deben unirse a ellos.
Como muy pocos hombres en la historia, Hoseyn mantuvo su palabra inclaudicable hasta el final. No se rindió. Como aquellos patriotas que en la Vuelta de Obligado enfrentaron a las dos potencias colonialistas más poderosas del mundo, que prefieron presentar batalla y morir antes que dejar pasar a la escuadra anglofrancesa. Perdieron la batalla, pero ganaron la inmortalidad. Muchos compatriotas y hombres de bien en todo el mundo, padecen a diario las consecuencias de mantenerse firmes en sus convicciones. No son conocidos, no tienen prensa, ni son famosos. Pero son nuestros y valen mucho. El paradigma de Kerbalá representa un modelo a seguir en este mundo injusto, para todos los hombres libres que buscan la verdad. Porque todos los días son Ashura, y toda la tierra es Kerbalá.-

Por E.M.

¡Combate por tu tierra,

con Honor!"

martes, 19 de agosto de 2008

Solzhenitsin

Es verdad que el crecimiento material y la acumulacion de bienes es el maximo fin de la sociedad y del ser social. No hay otros valores dignos de ser defendidos?
Esta explendida cita del escritor Ruso nos devela ese cuestionamiento...



"Supone un retroceso atarse uno mismo a las esclerotizadas fórmulas de la Ilustración. El dogmatismo social nos deja completamente indefensos ante el juicio de nuestra época. Incluso si nos salvamos de ser destruidos en una guerra, nuestras vidas tendrán que cambiar si queremos salvar nuestra vida de la autodestrucción. Nos resulta inevitable revisar las definiciones fundamentales de la vida y de las sociedad humanas. ¿Es verdad que el hombre está por encima de todo? ¿Es verdad que no hay espíritu superior por encima de él? ¿Es cierto que la vida del hombre y las actividades sociales se ven determinadas, en primer lugar, por el crecimiento material? ¿Se puede permitir promover tal expansión a expensas de nuestra integridad espiritual?"

miércoles, 13 de agosto de 2008

Pensadores NR Citas de Thierry Maulnier

Aqui les dejo unas citas del libro "Mas alla del Nacionalismo" del pensador Frances Nacionalista Thierry Mauliner el en esta obra trata de explicar como el Nacionalismo debe superarse a si mismo a traves de una sintesis entre lo nacional y lo revolucionario.

Les dejo unas citas que expresan su pensamiento y propuesta:


“Si la comunidad nacional constituye el único sostén valido de toda nueva creación social seria sacar una aplicación infinitamente inexacta y grosera de ese principio, convocar indistintamente a esa creación a todo lo que invoca el “nacionalismo” o el “patriotismo”. En una época en que la nación se nos presenta vaciada en gran parte de su sustancia histórica real, ocupada y usurpada por una casta dominante que abusa de su nombre para explotarla mejor y se sirve del “patriotismo” como de un instrumento de engaño y de difamación, es evidente que “nacionalismo" debe ser objeto de un examen de conciencia singularmente escrupuloso, y que el “nacionalismo” de los usurpadores y de los candidos del nacionalismo, el nacionalismo confundido con la conservación de una estructura social que ahoga precisamente a la comunidad social real y la hace debilitarse lentamente, debe ser denunciado implacablemente. El nacionalismo vulgar no es más que el culto consagrado a una palabra o el arte de utilizarla, ya no tiene nada de común con la verdadera conciencia histórica de la realidad nacional y la voluntad de hacerla revivir. No es, o ya no es aceptable el nacionalismo, vinculando y asociado a la voluntad de conservar la estructura política y social actual de la nación, que importa el proceso de desorganización política y social de la nación. Voluntad nacional y voluntad revolucionario se unen en el acto de creación histórica por el que una comunidad reconquista la posición de gobernar su destino y de triunfar en una nueva síntesis de los antagonismos que la desgarran; la nación solo puede ser reencontrada y rehecha en la metamorfosis libertadora. En lo sucesivo es imposible justificar el nacionalismo en el marco capitalista de la sociedad. Hoy no puede haber nacionalismo, es decir conciencia de la continuidad viva de la nación, que no sea al mismo tiempo revolucionario.”



“La conciencia nacional y la conciencia revolucionaria separadas, erigidas frente a frente, no constituyen, una con mejor título que la otra, las fuerzas dialécticas de la creación del futuro, son tan solo estériles productos de una sociedad que muere. La conciencia nacional se hace conservadora, es decir, asocia estúpidamente al esfuerzo para perpetuar la realidad nacional, el esfuerzo para conservar en ella el poder de las fuerzas que la destruyen; la conciencia revolucionaria se hace antihistórica y antinacional, es decir trabaja para aniquilar lo que quiere liberar. Las mismas palabras ‘nacional’ y ‘revolucionario’ han sido hasta tal punto deshonradas por la demagogia, la mediocridad y el verbalismo, que son ya recibidas en Francia con una indiferencia bastante parecida al disgusto. El problema consiste hoy en superar esos mitos políticos fundados sobre los antagonismos económicos de una sociedad dividida; en liberar al nacionalismo de su carácter burgués y a la revolución de su carácter proletario; en interesar de una manera orgánica y total a la nación en la revolución, ya que sólo la nación es capaz de llevarla a cabo; en interesar igualmente a la revolución en la nación ya que sólo la revolución puede salvarla"




¡Nacionalistas y Revolucionarios!

¡ARGENTINA RESISTE!

Patriofobia

PATRIOFOBIA

Anarquistas y Punks queman una Bandera Argentina durante los enfrentamientos cerca de la catedral metropolitana mientras pasaba la marcha del orgullo gay.

El rechazo a la patria como sustrato ideológico de la postmodernidad

En los anales de historia antigua, tenemos entre las grandes civilizaciones a la egipcia, la cual nos ha brindado maravillas que luego de miles de años continúan asombrando e intrigando a cuanto ser humano las contempla. Pero la referencia al Egipto faraónico tiene que ver con algo muy concreto. Tenían la costumbre de momificar a sus cadáveres, y para ello procedían a vaciar el cuerpo de sus órganos vitales. Para dejar el cráneo vacío, el cerebro era extraído con un gancho por la nariz, y luego rellenaban la cavidad craneana con alguna especie de betún. No estaríamos tan errados al afirmar, que la historia en este sentido no ha cambiado mucho. Pues si los métodos son más sofisticados, los resultados son más o menos parecidos. Las poderosas estructuras comunicacionales, informáticas y propagandísticas de estos días, actúan de manera similar a los antiguos momificadores egipcios, succionándonos el cerebro en forma métodica y contínua. Y precisamente por esta razón hay que estar muy atentos cuando aparecen personajes que a caballo de un discurso que se inscribe en la postmodernidad cambalacheana, se dedica a redactar auténticos opúsculos de irrefutable contenido patriofóbico.

¿Qué es la patriofobia? Así como nos inculcan conceptos tales como xenofobia (odio al extranjero), homofobia (odio a los homosexuales, aunque homo es hombre), nosotros observamos la existencia de una pavorosa patriofobia, es decir, del odio a la patria. Y el personaje de marras que ha dedicado su pluma a esta tarea es un tal Peter Sloterdijk, alguien que ostenta el título de filósofo y con el cual pretende respaldar su pseudoensayo titulado “Patria y Globalización. Notas sobre un recipiente hecho pedazos”. Notable la acrobacia dialéctica que emplea para reinterpretar y falsificar los hechos históricos y antropológicos, teñido de un fuerte contenido relativista, a tono con esa postmodernidad donde todo es igual y nada es mejor. Más allá del natural rechazo que produce, es importante tenerlo en cuenta a los efectos de saber cuál es la estructura discursiva utilizada y, sobretodo, conocer el trasfondo cosmovisional que la alimenta. Todo ello en aras de una impostergable labor de higiene mental. Para eso señalemos algunos puntos sobre esa nota:

1) En cuanto a los supuestos antecedentes históricos que sustentarían la tesis postmoderna de la no-patria, señala a doctrinas filosófico-religiosas como el budismo, estoicismo y cristianismo, en las que “el acento de la existencia humana pasó del arraigo nacional al desarraigo” (por aquello de la ética de la peregrinación o exilio global del alma). Comete un error al transpolar conceptos propios de la metafísica existencial a la dinámica movilizacion al de grandes conjuntos poblacionales y su relación con la tierra. Más aún, teniendo en cuenta que no hay nada más “sedentario” (término que utiliza el autor para referirse a la relación tierra - ser humano) que la contemplación y la meditación de aquellas doctrinas en su dimensión metafísica. La geografía terrestre es una cosa, y la celestial es otra.

2) Esboza una “nueva política del espacio”, marcando la supuesta diferencia entre un pasado estático y tranquilo, frente a un presente dinámico y lleno de riesgos, resignificando el sentimiento de patria en función al supuesto desarraigo. En realidad, las migraciones no son modernas ni nacieron hace doscientos años, son milenarias y la patria fue y sigue siendo un concepto medular de la conciencia popular, aún con importante movilidad espacial. La historia ha demostrado ser dinámica y estar llena de riesgos. La “movilidad” planteada por el autor como “pruebas históricas” es más bien un hecho conceptual que una realidad física. Paraleliza a la patria con lo estático, sin embargo las grandes expansiones territoriales y marítimas, llevaban en sus portadores el concepto cultural y sentimental de patria.

3) Los estados nacionales estarían siendo arrasados como un casa lo es por una tempestad. Empleando el sarcasmo de “una especie de calor de hogar” que le habrían dado a sus habitantes, sirviendo asimismo como estructura inmunológica, sostiene la globalización ha relativizado al estado como recipiente de una comunidad que busca desarrollarse en su destino. Sociológicamente hablando, el Estado es la cabeza de la Comunidad. Ninguna comunidad humana que se precie como tal ha existido sobre este mundo sin un órgano rector que la contenga y la conduzca. El estado es entonces un hecho social inherente a la propia naturaleza comunitaria. Y lo que se busca es licuar la relación estado-individuo, como etapa cumbre del histórico proceso de desconexión social, llevado a cabo por las ideologías racional-iluministas del siglo XVIII hasta la actual “postmodernidad”.

4) Nos presenta como ejemplo a seguir en el derrotero del desarraigo supuestamente inevitable que acontece con la globalización, a la diáspora judía como prototipo de la “desvinculación del sí-mismo del espacio”. La idiosincracia propia de ese pueblo le ha permitido sostener su identidad sin “relación a un suelo sustentador”. Resulta curioso notar que prácticamente todos los pueblos del planeta Tierra han mantenido una relación entrañable con el suelo que los alimenta y que sirve como depositario de los huesos de antepasados, y que sólo uno –y no uno cualquiera- se haya mantenido al margen de ese comportamiento humano, más allá de toda característica antropológica y cultural. Presentarnos la excepción a la regla no hace más que autoanular implícitamente la tesis que se pretende imponer. Y evidencia una falta total de comprensión acerca de las antípodas cosmovisionales que sobre esta cuestión ha sostenido el pueblo judío respecto de la generalidad de los seres humanos. El no apego a la propia tierra, y el obstinado rechazo a la patria como parte del propio ser, nos resulta absolutamente ajeno a nuestra esencia.

5) Persistiendo en un ejemplo carente de representatividad universal, niega el precepto de que “la tierra es el recipiente del pueblo y el propio suelo el principio del que deriva el sentido de su vida y su identidad”. Y de pronto, emerge una visión filomesiánica que proviene del afirmar que la humanidad ha sido engañada durante milenios por el sofisma de la autorreferencia territorial, siendo que a partir del “ejemplo” de ese pueblo tan particular de la historia humana la referencia de un pueblo podría no estar ligada a la tierra que lo alimenta. Al negar la “autorreferencia territorial”, ¿cuál es el punto de referencia para así poder autorreferenciarse? Más aún, denomina “falacia territorial” a la conexión supuestamente falsa entre territorio y propietario. Señala que los pueblos sedentarios hacen de la violencia un culto obsesivo en defensa de la patria. El claustro regional es un error fatal que está siendo relativizado por “una onda de movilidad transnacional, sin precedentes en la historia”. Esa onda no se manifiesta como ligada a nada en particular, parece incolora, inodora e invisible, pero de alcance universal, y muy eficaz por cierto. Esta idea de la “territorial fallacy” es propia de la dialéctica postmoderna que busca reemplazar a la patria (como sinónimo de la falacia) por la nueva “onda” desnacional y multilocal. Nuevamente: son palabras de guerra del discurso postmoderno hacia nuestra cosmovisión como enemiga de la modernidad dieciochesca. Aquí está presente la sentencia schmiteana de que la política se define por la relación amigo-enemigo: lo “nuevo” contra lo “viejo”, o más bien, antípodas cosmovisionales que responden a diferentes estructuras psicológicas como son los inconscientes colectivos.

6) La imprudencia para citar ejemplos, hace que el análisis muestral –en términos estadísticos- transpole resultados inexactos al universo en estudio. ¿Por qué? Porque se pretende establecer como ejemplo factual del paradigma de la “desterritorialización”, a las zonas geográficas que habitualmente constituyen lugares de tránsito de estancia limitada (aeropuertos, calles, plazas) donde las “personas se reúnen sin establecer un vínculo entre su identidad y la localidad”. Obviamente que cualquier lugar que transitemos no constituye nuestra patria. Carece de sustancia poner a las periferias híbridas que son tierra de nadie, como ejemplos de lo que puede ser –y a gusto del autor debería ser- el desapego por el propio terruño. Aunque de hecho, aquellos individuos que no poseen ningún sentimiento por el suelo, y deambulan errando por los cuatro puntos cardinales, son quienes sienten más placenteramente esas zonas de tránsito de población irregular propia de mercaderes.

7) Seguidamente se busca establecer un punto de quiebre de la historia, de la naturaleza humana en su relación con el cosmos espacio-espiritual: “La licencia expedida desde tiempos inmemoriales para confundir país y sí-mismo no puede renovarse infinitamente”. Volviendo a esa visión filomesiánica, de esa “luz de la razón que ilumina nuestra noche de ignorancia” como dice el himno a Sarmiento, se afirma que la globalización estaría cortando gradualmente ese vínculo ancestral entre el espacio territorial y los seres humanos, debido a una hipotética movilidad sin precedentes en la historia, con el consiguiente aumento de las “zonas de paso” (esa de los mercederes), con la imposibilidad de establecer una relación de residencia. Esta visión groseramente materialista, que ve sólo la relación hombre-tierra como hechos físicos y no como elementos sustanciales de la Creación, lleva a considerar la gran torpeza para comprender –estupidez- a la naturaleza humana. Nada puede arrancar al hombre de su amor al propio suelo, aún habiéndose alejado del mismo. Y ahí sí tendríamos millones de ejemplos, historias particulares, que refrendarían esta aseveración.

8) La cuestión del estado como contenedor social es relativizada por la falsa dicotomía entre un pasado homogéneo y un presente heterogéneo. Nadie más feliz, es de suponer, que este filósofo, por los efectos erosionantes de la globalización sobre los estados nacionales. Se pierde la autocerteza “en un sistema nacional cerrado que oscilaba dentro de sus propias redundancias”, a la vez que la debilitada “situación inmunológica” conlleva una tendencia hacia “un mundo de paredes delgadas y sociedades mezcladas”. Como se dijo anteriormente, los fenómenos migratorios son tan antiguos como el ser humano, y los estados “premodernos” no siempre eran castillos de concreto adonde no llegaba ninguna influencia del mundo exterior. Muchas sociedades cohabitaron espacios con grupos étnicos diferenciados, pero manteniendo la propia identidad. No todos los estados están tan erosionados por la heterogeneidad como el autor sostiene. Y más aún, en aquellos países como Estados Unidos donde el multiculturalismo está causando tantos problemas, la tendencia de las partes que integran ese todo social es a constituir unidades políticas propias. Como decía Platón, “los pájaros del mismo plumaje gustan de estar juntos”.

9) Sabido es que toda acción trae aparejada una reacción. De ahí las incesantes protestas contra la globalización, que el autor califica como “reacción inmunológica” inevitable de los localismos contra la infección de un “formato mundial más elevado”. Planteado en estos términos, podríamos decir que nuestro cuerpo estaría sanamente reaccionando (localismos) frente a los ataques de virus que lo ponen en peligro (mundialismo). Claro que el “reto psicopolítico” pasa por desconocer el “debilitamiento de la inmunidad tradicional y ética del contenedor” (del estado). Esta anemia equivaldría a un bajar la guardia, o como diríamos vulgarmente, a bajarse los pantalones. Se asemeja a un Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida de naturaleza cultural, dirigido desde lo global hacia lo nacional. Lamentamos que el autor celebre un SIDA para las naciones. Replantea un sistema de inmunidad que sería propia de los postmodernos, en condiciones “dignas de ser vividas”, aunque claro está, “no para todos”. En estas sociedades de “paredes delgadas”, esos mecanismos de defensa inmunológica no se ven por ningún lado, mientras claramente se define la relación amigo-enemigo: todos no entramos. ¿Habrá excluídos?

10) Todo lo contrario a nuestras esencias se constituyen en objetos de idolatría, como resulta serlo el individualismo egoísta. Calificado como “sentido inmunológico revolucionario”, los individuos se “desprenden de sus cuerpos sociales” en incesante persecución de la felicidad, el pursuit of happiness. La base referencial no estaría dada por la comunidad política, de cuyo destino busca desolidarizarse, puesto que todo puede lograrse en forma absolutamente individual. ¿Mejor ejemplo que el más espantoso y crudo individualismo egoísta, que el presente de nuestra patria, donde cada uno tira para su lado, llevando agua para su molino, en un enloquecedor sálvese quien pueda? Este pseudoensayo busca inducirnos hacia un nuevo sistema de valores propios de la postmodernidad, que tiene a los Estados Unidos como el paradigma de la felicidad individualista, al margen del cuerpo social de pertenencia, en una autosuficiencia mal entendida pues reniega del espíritu comunitario. Inevitablemente se viene a la memoria las enseñanzas del general Perón, cuando afirmaba que no existen hombres libres en una nación esclava, y tampoco puede haber realización individual en una comunidad que no se realiza.

11) Habiendo esbozado toda la artillería de argumentos postmodernistas, finalmente plantea una reinvención de la patria, a partir de aquel viejo pensamiento propio de mercaderes como el de Venecia: “donde se está bien, allí está la patria”. Esto es, la preferencia por el bienestar material antes que el amor a la patria. Materialismo a ultranza, que pretende enfrentar dos circunstancias que no son para nada antagónicas, es decir a la patria versus bienestar. “La patria como espacio de la buena vida es cada vez menos fácil de encontrar”. Es el mensaje de la desestructuración mundial del ordenamiento natural humano, con el consiguiente caos de valores, guerra cultural y consagración final del materialismo egoísta como cúspide de la “moral” humana, y amenaza final de su efectivo cumplimiento, al sostener que el antiguo adagio “será obligatorio para todos”. Por supuesto que podríamos seguir con este tema, pero alguien se preguntará: ¿Vale la pena responder al trabajo de Sloterdijk? La respuesta es simple: sí. Porque no queremos ser momias vivientes, con el cráneo vacío y un cerebro succionado por estos mensajes patriofóbicos. No existen la polémica ni el debate frente a valores supremos que se vinculan con la pertenencia racial, religiosa o nacional. Entrar en el juego postmoderno, sería otorgarles autoridad para vituperar cuestiones sagradas a nuestra esencia. Debemos responderles como corresponde, y enfatizar nuevamente sobre el concepto de estupidez: torpeza grande para comprender. Pues la patria no se enraiza desde el bienestar material, sino como amor a la propia tierra que nos vio nacer, que nos permitió tomar sus alimentos, que nos dejó caminarla y en donde yacen los huesos de nuestros ancestros. Y ese sentimiento es inextinguible, aún en situaciones de profunda consternación nacional como la que padecemos los argentinos. Nadie emigra a otros países con alegría, sino con dolor. Por necesidad, no por odio. Nuestros abuelos vinieron a estas tierras buscando condiciones de vida mejores que las imperantes en sus propios países, pero hasta hasta el último hálito de vida, recordaron con emoción a su pueblo natal, y a los padres llorando a orillas del muelle.

Por: Enrique Mazaeda

¡ARGENTINA RESISTE!

jueves, 7 de agosto de 2008

EL DELITO DE LA OPINION

EL DELITO DE LA OPINION

"Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y de recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión.”

Artículo 19 de la “Declaración Universal de los Derechos Humanos”

"Libertad de Expresion" de Norman Rockwell

Se ha vuelto una costumbre insana el hecho de incriminar al prójimo por pensar algo distinto a la opinión dominante o hecha pública dentro de la sociedad. Decir “hecho pública” equivale a diferenciarla de la mera opinión pública, ya que una opinión socialmente imperante dentro de un contexto histórico determinado no siempre surge desde la misma sociedad civil, sino más bien desde las estructuras comunicacionales y propagandísticas que hacen posible que una opinión “se haga pública”. En pocas palabras, la opinión hecha pública no surge desde abajo, sino desde arriba, es impuesta a los ciudadanos. Esta parece ser la causa que motiva casi siempre a la orquestación de importantes campañas difamatorias, con la finalidad de denostar a aquellos que disientes con el poder hegemónico del “pensamiento único”, instalado en la Argentina desde octubre del ´83.

En este marco de comprensión, nos encaminamos para interpretar debidamente aquello que le sucede a todo aquel que cuestione la “historia oficial” de los años ’70, que terminan cargando sobre sus cabezas con el dedo acusador de aquellos que con soberbia y prepotencia, intentan convertirlos en una especie de chivo emisario de su propia impotencia ideológica. Numerosos profesionales de la calumnia impune se dan a la tarea de escarnecer a todo aquel que ose desafiar la “opinión hecha pública” sobre la cuestión de los desaparecidos, y otros temas vinculados con el accionar antisubversivo.

Manifestarse de manera distinta y hasta contraria en este sentido, no implica en absoluto un respaldo a ninguna de las acciones ilegales y/o criminales que se le imputa al “Proceso” militar. Una opinión emitida respecto a la represión en el marco de la lucha contra la subversión, es un punto de vista diferente de la visión hegemónica que se ha instalado en la conciencia pública desde la restauración democrática en 1983. Que una opinión sea diferente no implica una naturaleza maligna, pues de lo contrario estaríamos demonizando al otro que piensa distinto, reeditando en los albores del tercer milenio de la Cristiandad, al tristemente célebre “Santo Oficio de la Inquisición”. La moderna profanidad impide la persecución por motivos religiosos, pero ha hecho y continúa haciendo alarde de continuos avasallamientos a la libertad de pensamiento y de opinión, desde los marcos constitucionales y democráticos que teóricamente deberían estar garantizando el pleno ejercicio de esos derechos individuales.

La figura jurídica que se emplea para censurar a quienes piensan distinto, como lo es la “Apología del Delito”, carece de todo fundamento fidedigno, por cuanto la misma proviene de juicios de valor absolutamente subjetivos, disfrazando con un tamiz legalista una persecución ideológica a todas luces evidente. Dentro de este condicionamiento jurídico-político, estamos en presencia de un proceso inquisitorial que se contradice con la prédica sostenida por los autores de tamaña operación política, cual es la libertad de opinión en el marco de una sociedad plural y democrática. Aquellos que pretenden llenar de agua su molino político, con estas conductas autoritarias, no hacen más que reflejar su manifiesta incapacidad de responder a las constantes demandas de la ciudadanía en pos de un saneamiento de las prácticas políticas, buscando descargar su odio e intolerancia contra aquellos que disienten de esta especie de pensamiento único existente en torno a los acontecimientos vividos por los argentinos durante el último gobierno militar.

Si debiéramos evaluar la trayectoria personal de muchos de estos detractores, en cuanto a su vinculación –o de las fuerzas políticas de las que forman parte- con el llamado “Proceso” militar, pocos serían los habilitados para levantar su dedo acusador. Más aún teniendo presente las interminables apologías de los movimientos y personajes guerrilleros, terroristas y/o subversivos, pasados y presentes, realizada por tantos dirigentes políticos, sociales y también gubernamentales.

Lo peor que podemos hacer en democracia es criminalizar el pensamiento ajeno, aquello que no nos gusta por simples diferencias ideológicas. Ello le ha costado muy caro a nuestro país, y no hace más que generar un caldo de cultivo para aquellos que preconizan la desunión y el enfrentamiento entre los argentinos. Cuando alguien piensa de una determinada manera, y ésta es estigmatizada como “criminal”, entonces toda opinión emergente a partir de ese pensamiento diferente será inevitablemente definido como “apología del delito”, o con cualquier otra denominación similar. Esta malévola tipificación es una afrenta a la libertad de opinión consagrada por los principios constitucionales que rigen la vida de nuestra República. Tampoco debe condenarse a quien emita una opinión acerca de un conflicto civil como el que padecimos en los años ´70, en sentido contrario al que el aparato propagandístico, educativo y cultural viene instalando en la psiquis colectiva desde hace dos décadas.

A esta altura de la vida institucional de nuestro país, todo indica que la Opinión Pública ha perdido su carácter de representación colectiva para transformarse en la opinión privada de una minoría selecta que dice representar a toda la sociedad, ante la cual se impone. Esta cultura democratista que discrimina a quienes no se dejan pensar por otros, amenaza con el aislamiento y la exclusión a los individuos que se desvían del consenso, y el miedo a aislarse los lleva a evaluar continuamente el clima de opinión, lo cual influye en su expresión pública, dado que un clima hostil influye en la predisposición a hablar o a quedarse callado. Y este clima adverso se alimenta por la sobrevaloración de las opiniones apoyadas por los medios masivos de comunicación, pues el no apoyo mediático hace que la mayoría se vuelva silenciosa. Esta clase de Opinión Pública, funcional a un orden sociopolítico que se mantiene por el miedo individual al aislamiento y la necesidad de aceptar y/o amoldarse a las opiniones establecidas, donde se exige consentimiento para evitar la contradicción, es incompatible con el ideal democrático y llanamente contradictorio con el espíritu cívico que dicen poseer los detractores democratistas.

Así es como la Opinión Pública es denigrada por la arrogancia y el atropello, dejando de ser un instrumento de emancipación para convertirse en una fuerza de opresión. Esta manipulación social conlleva a vivir bajo la mirada de una censura hostil y temible. En este sentido, resulta oportuno recordar el triste lamento de Alexis de Tocqueville en su célebre obra “La Democracia en América”, viendo como las mayorías omnipotentes –condicionadas hoy en día por la propaganda mediática- sancionan a los disidentes del pensamiento:

En América la mayoría traza un cerco formidable alrededor del pensamiento. Dentro de esos límites el escritor es libre, pero ¡ay de aquél que se atreva a salir de ellos! No es que tenga que temer un auto de fe, pero está expuesto a disgustos de toda clase y a persecuciones diarias. La carrera política se le cierra, pues ha ofendido al único poder que tiene la facultad de abrirla. Se le niega todo, hasta la gloria. Antes de publicar sus opiniones, es escritor creía tener partidarios; ahora que se ha descubierto ante todos, le parece no tener ninguno, pues aquéllos que le condenan se manifiestan en voz alta, y los que piensan como él, no teniendo su coraje, se callan y se alejan. El escritor cede, se doblega por último bajo el esfuerzo diario, y vuelve al silencio, como si se sintiera arrepentido de haber dicho la verdad”.

Hay mucho pensadores, intelectuales y académicos que gustan citar aquellas célebres palabras de Bertrand Russell, cuando se refería a la escalada de detenidos en la Alemania de los años ´30, y que mientras a uno no le tocaba, no se preocupaba por la suerte de los demás. No se trata de hacer comparaciones, ni tampoco de darle crédito a un escritor claramente comprometido con las potencias sinárquicas que vencieron en 1945 y que hoy dominan el mundo entero. Sino tan sólo de darnos cuenta que, así como algunos argentinos han debido padecer esta preocupante discriminación, le puede suceder a cualquier otro que intente opinar en sentido contrario a lo oficialmente establecido.-