sábado, 30 de junio de 2012

LOS "0TROS" DE LOS 70 (los que nunca cobraron por militar) - Pensamiento Nacional - Alberto Buela

Miguel Angel Castrofini, In Memoriam

Mucho se ha escrito sobre la generación de los setenta en Argentina, sobre todo porque ese calificativo lo utilizaron y lo utilizan a rajatabla la izquierda y los montoneros, quienes desde la restauración democrática del 83 monopolizaron el sufrimiento y la victimización.
Ellos recibieron los 250.000 dólares por cabeza del gobierno neoliberal de Menem por haber sufrido la violencia del Estado a través del gobierno de la dictadura militar (1976/83). Y ellos se quedaron con el poder del Estado en el gobierno de los Kirchner del 2003 a la fecha.

El tema de las generaciones es una ocurrencia de Ortega y Gasset, que si bien no fue un gran filósofo, fue un gran divulgador de las ideas alemanas en filosofía en la primera mitad del siglo XX y que tuvo algunos chispazos de ocurrencia. Así por ejemplo, cuando estuvo en Argentina (varias veces) tuvo afirmaciones como estas: “la pampa con su horizonte sin límites nos indica que el ser de la Argentina es: ser promesa”. O esta otra: “Buenos Aires con sus calles arboladas es la ciudad de la esperanza” (Claro está, los árboles tiene hojas verdes y el verde es el color de la esperanza. ¡Qué extraordinario!. 
El asunto es que esta idea de las generaciones es más que nada una idea instrumental y didáctica para explicar la historia de la literatura, la tendencias políticas y alguna que otra coincidencia de ideas en un mismo período de tiempo. Eso es todo.
Pues ni todos los hombres de una misma generación piensan lo mismo, tienen los mismos valores ni actúan de igual forma. Existe, eso sí, un tono general de la época expresado en modas, hábitos, costumbres, comidas y posturas, pero poco se puede colegir de todo ello.


Dada por buena esta teoría de las generaciones, que como vimos nosotros cuestionamos, se ha sostenido que las generaciones llegan a su floruit, a su expresión más apropiada a los veinticinco años de su nacimiento,(Ortega sostenía, entre otras arbitrariedades, que el hombre llegaba a su plenitud intelectual a los 26 años) de modo que la generación de los años 70 estuvo constituida por hombres nacidos entre el 45 y el 55.
Nosotros formamos por derecho propio parte de estos hombres y no fuimos ni de izquierda, ni montoneros, ni fascistas, ni nacionalistas católicos: simplemente peronistas. Y ahí quedamos como la feta de mortadela en el sándwich.

No necesitamos que Perón echara a los montoneros de la Plaza de Mayo para saber que ellos habían asesinado a Rucci y a Vandor. O saber que la izquierda, siempre gorila, había asesinado a José Alonso o a compañeros nuestros como Castrofini.

Los peronistas genuinos tuvimos además que soportar el estar rodeados por ese engendro que fue el grupo de guardia de hierro, una especie de peronismo pasado por agua bendita, al que en estos días José Feinmann, trató de “peronismo tonto.” El personaje emblemático de este grupo ha sido Julio Bárbaro, quien fue empleado de Menem, de Duhalde y de Kirchner y hoy se jacta de ser amigo al mismo tiempo y por el mismo precio de Macri, Moyano y Scioli. Es toda una caracterización de la actitud que ha tenido este grupo durante toda su larga historia: un oportunismo sin límites, apoyado en la indefinición de un miasma ideológico que va desde el socialismo al fascismo o del catolicismo ortodoxo al apoyo irrestricto de la judería.

Pero si no queda la izquierda, ni la cipaya ni la otra, ni los montoneros, ni los peronistas en agua bendita, quién queda?. Quedan los miles de militantes barriales, de las fábricas, en los sindicatos, en las múltiples asociaciones sociales. Quedan, en una palabra, los miles de peronistas sin aditamentos que conforman el pueblo peronista. 
Nosotros hemos encarnado ese pueblo peronista porque nosotros somos ese pueblo. Hombres como Agosto, el inefable Mario Granero, Ponsico, Poggi, el Mono Graci, Américo Rial, Brieba, el mencionado Miguel Ángel Castrofini (lo asesina el ERP en 1974), O.Silva, Cánepa, Azcona, Vacarrezza, Gergo, Dall`Aglio, Uriondo, Chindemi, Amilcar, Pesatti, Di Blasio. P. Sanguinetti y pensadores como Mason, Cagni, Maresca, Duarte, Regnasco, Chaparro, P. Albanse, J. Quarrachino, E. Smith y tantísimos otros militantes que nunca cobramos por militar. 

De lo nuestro no sólo quedó el testimonio del carácter insobornable, de nuestra integridad moral y de la práctica de las virtudes que hemos intentado: la honorabilidad, la hidalguía, el compañerismo. Quedaron nuestras obras en los ámbitos que hemos actuado. Quedó la primera gesta de Malvinas en el 66, el Congreso 50 años de la Comunidad Organizada, la gestión honorable en la Biblioteca Nacional, el sable de San Martín, el ser jueces que no bajaron los cuadros de Perón, o jefes de policías donde la tortura y el apriete fueron inconcebibles. El llevar adelante sindicatos humildes con vocación social. El trabajo en barrios carecientes hasta el agotamiento. La denuncia que los mayores muertos de la dictadura los puso el movimiento obrero y no las madres de Mayo. La defensa del mundo criollo como legisladores, el desenmascaramiento del imperialismo internacional del dinero, etc., etc.

Intelectualmente no nos comimos el verso de “la filosofía o la teología marxista de la liberación” como traslación de categorías europeas a Nuestra América, sino que propusimos una filosofía de la liberación de corte popular, basando nuestros postulados en la búsqueda y explicitación de una filosofía de las identidades. 

Intentamos filosofar desde América pero no acotados al relativismo que impone “la situación”, sino como filósofos enraizados en nuestro Genius loci (clima, suelo y paisaje), que es lo único que nos permite tener una genuina autoconciencia. 
Hoy el monopolio montonero en el poder del gobierno y en los aparatos del Estado nos ha sepultado. No tenemos cabida, nos ha silenciado y últimamente, para colmo, nos mete presos. 

El instrumento ideológico es su política de derecho humanos, que apoyada en el dolor cierto y profundo del sufrimiento del pueblo argentino, la aplican sesgadamente sólo para beneficio de ellos y para perseguir a los disidentes, y más aun si estos son de cuna peronista, porque despertamos en ellos “la mala conciencia”. Así los dineros públicos están dirigidos a dos fines: al beneficio personal y de grupo y a la persecución y silenciamiento de “los otros”, esto es, “nosotros”.

Qué nos está permitido esperar?. Es sabido que para realizar en política una acción eficaz se necesitan: hombres, medios y acontecimientos. Hoy los mejores de nuestros hombres se han llamado a silencio o se han replegado al fuero familiar o local. Los acontecimientos no son propicios pues el gobierno ha reemplazado la teoría peronista de que existe una sola clase de hombres, los que trabajan, por el subsidio y la dádiva, y el hombre es un ser hedonista que busca el placer y evita el dolor. Y los medios los maneja la parte montonera y de izquierda de la generación de los 70 en el poder.

Si esto es como nosotros lo pintamos, sólo dos cosas podemos esperar: Qué el cúmulo de errores y arbitrariedades cometidos por el gobierno agudice las contradicciones de nuestra sociedad y se caigan como una torre de naipes. O, que comentan un error mayúsculo en contra de los grupos concentrados de la economía que dicen combatir, como fue el caso de Berlusconi o Papandreu, y los poderes indirectos lo desplacen.

Mientras tanto nosotros, “los otros”, tenemos que seguir militando en orden a la instauración en nuestra comunidad de las cuatro banderas del peronismo: independencia económica, justicia social, soberanía política y nacionalismo cultural. 

Alguno dirá pero “cuál es el referente o el anclaje político”?. No tenemos, pues el menemismo nos mintió, el dualdismo nos defraudó y el kirchnerismo nos traicionó. Nuestra referencia son las banderas históricas del movimiento nacional y nuestro anclaje, el movimiento obrero organizado y “las necesidades del pueblo argentino”.

Sabemos que algunos de los nuestros, “los otros”, por aquel repliegue que mencionamos prefieren no dar batalla ante la injusticia y nos piden que guardemos silencio, pensando que se puede aprovechar algún pliegue jurídico o político del sistema diabólico creado por los ex montoneros y la izquierda cipaya. Esto es un error garrafal. La política para existir tiene que ser política pública. Política de cenáculo, de pacto, de consenso es siempre criptopolítica y eso tenemos que destruir, tenemos que anular. Y la única posibilidad para ello es practicar la metapolítica, es decir, trabajar y hacer ostensibles a la conciencia popular las grandes categorías que condicionan la acción de la política como criptopolítica. Cabe recordar que el símbolo de la metapolítica es Perseo con su espada sangrante en una mano, y en la otra, la cabeza de la gorgona Meduza tomada de sus cabellos que son rizos con forma de serpientes.


(*) buela.alberto@gmail.com - 
www.disenso.org

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