lunes, 23 de julio de 2012

Reflexiones sobre la Tercera Posición - Pensamiento Nacional - Juan Pablo Vitali


La tercera posición no es una medida equidistante entre dos imperialismos pasados, sino la forma presente de salir de un laberinto. Un gran laberinto por el que se han perdido casi todos los que pretenden pensar o hacer política.



Es frecuente coincidir con alguien en muchos puntos, creyendo que vamos por el mismo camino, hasta que llega el momento en que nos damos cuenta que su crítica, su visión del mundo, se origina en unas pautas filosóficas que el mismo sistema ha generado. Sabemos que hay puntos intocables en los cuales la izquierda y la derecha nunca disentirán. El progresismo igualitario, las formas de producción, la concepción del mundo y del hombre, nos revelan finalmente que entre ambas facciones no hay sino un interés común en que idéntico sentido del mundo se establezca con distintos matices y a distitas velocidades. La igualdad teórica que proponen, sólo favorece las desigualdades prácticas. Igualar por abajo es lo mejor que le puede ocurrir al sistema. La izquierda iguala por abajo, y la derecha permite esa igualdad degradante en tanto respete el poder real, que se llama dinero. No hay cosa que haya favorecido más al dinero que la igualdad de los hombres, mediante la degradación cultural de la ideología marxista, ahora renovada en el rostro de la escuela de Frankfurt.

La Tercera posición no ha tenido el desarrollo cultural que merecía. No se ha extendido a todos los rincones de nuestra forma de vida, no se ha convertido en la alternativa que nace de una actitud profunda, de la forma específica de generar pensamiento y de comprender el mundo, limitándose a establecer una distancia entre los dos imperialismos en pugna primero, y a autoproclamarse como “otra cosa” después, pero sin que esa “otredad” cobre un empuje y un desarrollo vital. Es que una postura tal debe nacer de la vida misma, como reclamaba Nietzsche, no de la ideologización, que es al fin y al cabo el modo que el pensamiento moderno tiene, de esterilizar los legítimos impulsos de un grupo humano hacia un poder que le garantice su subsistencia.

Hay grupos que dicen no ser marxistas ni liberales, ni de izquierda ni de derecha, pero no comprenden que con eso solo no basta. Hay gente que genera cierta acción sin comprender que el pensamiento profundo y la cultura son también acción, y constituyen la energía previa para los grandes cambios, que son siempre en el fondo espirituales. Cuando se habla del espíritu de un movimiento, no se habla de algo abstracto, sino de la fuerza más humana y más concreta de todas, que está compuesta de sensibilidad y de voluntad, elementos ambos que determinan la decisión de actuar de determinado modo.

La discusión sobre algo tan pobre como izquierdas y derechas, que no son en definitiva más que algo relativo, ya que determinarse a uno mismo por el lugar donde unos diputados se sentaron en la asamblea francesa, es lo más estúpido que podemos asumir como personas inteligentes pertenecientes a una antigua cultura.

El pensamiento dialéctico como forma de vida, es algo tan incorporado en la cultura de lo que todavía llamamos Occidente, que es muy difícil entablar un diálogo en otros términos con cualquiera. Imaginemos a los griegos o a los romanos tratando de situarse en esos términos. Tampoco a los orientales les interesa mucho eso. Pero todos los nombrados estaban muy lejos de ver la historia de forma lineal y progresiva. Tener que meter siempre la realidad en el resultado preconcebido de una síntesis, entre dos tesis que van siempre hacia un supuesto destino predeterminado hacia el progreso, es propio de hombres degradados en su intelecto y en su espíritu. Por eso no hay Tercera Posición que pueda desarrollarse, porque para eso se necesita otro tipo de hombre, y pese a que nos proclamemos distintos, a poco andar caemos en las trampas de nuestra formación cultural. Una verdadera resistencia cultural es un cambio de actitud en ese sentido. Mientras sean los lados y no un centro quien nos domine, nada podemos esperar de nosotros mismos. Me ne frego no es una frase, es una concepción del mundo que cambia el eje de la historia. No importan los miles de libros de la escuela de Frankfurt, si uno puede convertirse en otra cosa, en un espacio espiritual autocentrado, con una mística, una energía, una compresión que quiebre a la dialéctica terminando con la oscilación. Por ese camino, al final del laberinto, está la Tercera Posición.

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