jueves, 26 de septiembre de 2013

Disposiciones Generales para un nuevo Revisionismo - Andres de la Chiesa - Pensamiento Nacional Venezolano



"El conocimiento por el conocimiento mismo es la fruición del intelectual, pero el conocimiento para derivar de él alguna lección en relación al pasado y al futuro, ese debe ser uno de los propósitos de la historia” – Jorge Olavarría.

El caso venezolano es uno muy peculiar. A diferencia de otras naciones de la América Hispana con una marcada trayectoria de corrientes revisionistas, Venezuela no cuenta, actualmente, con un poderoso aparato de reacción en contra de las denominadas “historiografías oficiales”. Si ignoramos las pequeñas reivindicaciones o las vastas omisiones temporales, encontraremos que la causa fundamental del presente fenómeno es, justamente, la ausencia de continuidad histórica de las doctrinas racionalistas o liberales en el marco político y social venezolano.

Mientras Bartolomé Mitre redactaba la historia argentina a su imagen y semejanza, secundado por Vicente Fidel López; Francisco Bauzá y Alfredo Chavero hacían lo mismo en Uruguay y México respectivamente. Todos sostenían en el cuerpo de sus plumas las ideas liberales como el mango de un fusil, y con la misma habilidad de un prestidigitador, entendieron que vale lo mismo, o más, la palabra que los puños. Obras monumentales como Historia de Belgrano o México a través de los tiempos así lo indican. En su momento, fueron ejemplo de la capacidad y el prestigio al que es posible acceder cuando se adquiere un monopolio. En Venezuela, figuran nombres como el de Felipe Larrazábal o Rafael María Baralt, también profundamente ligados al federalismo ilustrado. Sin embargo, la llegada del período andinista, la irrupción de la Revolución Liberal Restauradora en la vida política, significó también la ruptura con la élite política del período anterior y por ende, el acta de defunción de las corrientes historiográficas ligadas a éste. El castrismo, y en especial el guzmancismo, trajeron consigo a sus refundadores. Hombres de Letras, profundamente instruidos, reflexivos y trascendentales como Pedro Manuel Arcaya, José Gil Fortoul, Manuel Díaz Rodríguez, Lisandro Alvarado o Laureano Vallenilla Lanz, se aglomeraron, o se dieron paso de forma intermitente, alrededor de uno de los estandartes de la cultura venezolana de todos los tiempos: la revista El Cojo Ilustrado.

Estos intelectuales, con una acentuada preocupación por lo que denomino la cuestión venezolana, se distancian de la perspectiva cosmopolita de Larrazábal o Brandt, y muy a pesar de las diferencias o semejanzas que pudieran tener con el régimen de Gómez, la óptica imperante no dejar de poseer una fuerte impronta nacional de tendencia positivista. Son los tiempos de la problemática del caudillo y de la organización nacional. Vallenilla Lanz hablará de la tesis del “Gendarme Necesario”, y sostendrá la vigencia de un “Cesarismo Democrático” que garantice la unidad y la paz, Gil Fortoul de la evolución, prácticamente darwiniana, de las formas de gobierno, lo que le llevará a defender la necesidad ineludible de la figura del régimen. Al término de la escuela positivista se acaba la historia de Venezuela.


Autores como Arturo Uslar Pietri, Tomás Polanco Alcántara o Jorge Olavarría trabajarán casi de forma relegada, al costado de la elaboración propagandista propia del período de Acción Democrática, cuya nueva forma de legitimación consistirá en la exaltación de todo aquello realizado, o generalmente no realizado, por sus candidatos y líderes, aunado a la omisión o supresión de todo aquello correspondiente a la obra de sus enemigos políticos. Caso aparte Juan Vicente Gómez y Marcos Pérez Jiménez, el primero retratado como un hombre ignorante y de mentalidad campesina, que sumió al país en un letargo oscurantista; el segundo descartado olímpicamente con la intención de moderar las grandes obras físicas y morales realizadas en su gestión. Contra esto se van a manifestar Polanco Alcántara u Olavarría en más de una ocasión, Uslar Pietri criticará la “anti historia” venezolana, que todo lo engulle y todo lo devora, incorporándolo acorde a sus matices. Sobre estos hombres y sus ideas hay un respeto moderado, pues de nada sirve reconocer trayectoria e inteligencia cuando se desconocen los grandes aportes y, sobre todo, las grandes advertencias. El tiempo de sembrar el petróleo ha llegado probablemente a su fin, no me cabe ninguna duda de que lamentaremos el haber devorado con afán telenovelero las obras folletinescas de la imprenta de José Agustín Catalá y afines como Domingo Alberto Rangel, Oswaldo Barreto o Juan Bautista Fuenmayor, y por otro lado desechado lecturas fundamentales como “Fachas, Fechas y Fichas” o “José Antonio Páez: fundador de la República”.


Lo cierto es que desde la escuela positivista y los contados pero maravillosos aportes de algunos de los historiadores antes mencionados, en Venezuela no ha existido el Revisionismo Histórico como institución. Al hablar de institucionalidad hablamos también de procedimientos ligados a la empiria, de una recuperación de la historia marcadamente anti-partidista y anti-reduccionista, que deje de legar a las generaciones por venir una serie de personajes prejuzgados moralmente y en términos dicotómicos. Algunos representando el mal absoluto, otros los “eternos y prodigiosos” valores de libertad, igualdad y fraternidad. En tal sentido, corresponde a nosotros, los nuevos hombres y mujeres, la generación actual, el responder al desafío inevitable que la historia nos presenta. Considerar que las reclamaciones que habrían de guiarnos a una refundación de la República son meramente políticas es cometer una terrible transgresión.

Recuperar la historia, dar a cada personaje el valor que merece, marcando sin dilación y sin filtro sus aportes a la construcción nacional es indispensable. Para ello es preciso excusarnos de historiadores de cafetín o de folleto, de Brito Figueroa y de Herma Marksman. El rescate del testimonio, de la crónica, del recuerdo, no es antónimo del participar activamente de la historia viva. Somos recuperadores y cronistas. Un nuevo revisionismo debería de incluir todo esto. Un nuevo revisionismo debería ser conductor de la política y no un apéndice de ella.

A mi parecer, será la meritocracia la que impulse el camino de una nueva Venezuela. Los hombres de letras, los intelectuales, habrán de entregar sus plumas al destino nacional y no a las dictaduras del proletariado o la opresión del capitalista.

La acción política, inerte y superficial, deberá profundizar estratagemas que conduzcan a un proyecto de país. Mientras tanto, las disposiciones generales funjan como orientación, como fundamento, a esa reflexión de un propósito mayor, de una intención patria que se establezca, de manera apaciblemente hegemónica, por encima de las mezquindades de hombres y partidos transitorios. Venezuela puede o no quedar, su historia esconde, sin duda, la clave de su supervivencia.

 Blog del autor: http://adellachiesa.wordpress.com

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